Los
siete enanitos en paro
En
los ochenta la mina
del
bosque encantado cerraron
y
hasta los siete enanitos
se
quedaron en el paro.
Desde
entonces todos ellos
se
tuvieron que enfrentar
al
espejito, espejito
de
la dura realidad.
Y
estaban todos tan tristes
(imagínalo
si puedes)
que
no podía alegrarlos
ni
siquiera Blancanieves.
Porque
quién iba a decirles
que
de aquel hermoso valle
un
buen día les pondrían
de
patitas en la calle.
Y
como ninguno de ellos
estaba
hecho un alevín
nadie
les daba trabajo
ni
de gnomo de jardín.
Ahora,
desmotivados,
ya
no hacen nada bien,
y
no se ponen en fila
ni
en la cola del INEM.
El
enanito gordito
—veréis
que el destino es cruel—
bebía
como una cuba
estando
ya como un tonel.
Y
como era de esperar
en
un cuento realista,
el
enanito mudito
nunca
pasó una entrevista.
Cansado
de no hallar nada,
el
enanito dormilón
se
echaba el día durmiendo
frente
a la televisión.
El
enanito tontín
a
una anciana disfrazada
un
día le fue a robar
la
manzana envenenada.
Los
meses iban pasando
y
era tanta la tensión
que
el enanito feliz
cayó
en una depresión.
Y
el enanito gruñón,
que
ya era sindicalista,
un
día acabó metiéndose
en
un grupo terrorista.
Entonces
los enanitos,
hartos
de lunes al sol,
fueron
a buscar trabajo
en
un tablero de rol.
Y
ahora trabajan los siete
de
duendes meridionales,
pero
les pagan muy poco
porque
allí son ilegales.
Moraleja
No
hace falta ser muy listo
para
entender al momento
que
la vida de un parado
no
es una vida de cuento.
Poema
de (Dino Lanti)
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